Carta de un padre a su hijo
Mi querido Juan:
He recibido su carta y aún no vuelvo de la sorpresa que ella me ha producido. Me pides, como si nada me pidieras, la autorización para presentar en Rancagua tu candidatura a municipal, en el puesto vacante que dejó el señor Marín.
Créeme que he llorado de pena, al ver como se ha maleado tu buen criterio y relajado tu estricta conciencia. Pareces creer que el oficio de municipal es un oficio honesto, y que puede desempeñar un hombre digno con la frente levantada. Mira; este punto no lo discutiremos. Tengo para mí, que es más hermoso ser, en ésta tu ciudad natal, canastero o sacristán, que allá miembro del Municipio.
Te diré que en nuestra familia tenemos una mancha. Tu abuelo cometió un asesinato y estuvo diez años en
Mira, Juan. Si quieres ser malo, sé falsificador de estampillas, profanador de tumbas y escalador de conventos; pero, por favor, por la memoria de tu madre, por mí, por ti, no seas municipal.
La familia está ya decaída, sin nombre, sin prestigio. ¿A qué seguir deshonrándola? Si fueras mujer, no te dejaría, por ningún motivo, ser conductora; no te extrañes, pues, que siendo hombre, te impida, con energía irresistible, ser municipal.
Si te da por los oficios humildes, tienes a tu vista la profesión de campanero. Subirte a una torre, repicar, doblar a muerto, ser un verdadero heraldo de las cosas tristes y de las nuevas alegres, dominar la ciudad entera, vivir a la altura en que vuelan los pájaros; en fin, ahí tienes tú un oficio pobre, sencillo, modesto, pero que no nos humillaría. Tiene, es cierto, la profesión de campanero, el inconveniente que no se puede repicar y andar en la procesión; pero ¡qué quieres! nada hay sin dificultades. En cambio, seguirás estando siempre en materia de fondos "a tres dobles y un repique". También podrías ser policial del punto, guardián del orden público, firme sostén de la tranquilidad de las calles. Es verdad que es un oficio frío y sumamente propenso a catarros; pero también es honroso poderse llamar a sí mismo: colaborador de la paz social. Podrías en este terreno de los oficios humildes, ser palanquero de ferrocarril, arreador de pavos, vendedor de sustancia de aves o faltes.
Si te da por los oficios honoríficos, puedes fundar una sociedad cualquiera y hacerte presidente de ella. Sería excelente idea una liga permanente en pro de los damnificados de Guayaquil, para pasarles una pensión mensual a las viudas ecuatorianas o una dote a las jóvenes solteras de buena cara, que están dudosas entre casarse o abrazar el estado religioso.
Si te da por los oficios audaces, puedes hacerte diputado, inventor, andarín … o tenor de Sotorra. Si eres lo último, aborda el O paradiso sin temor alguno, que lo más que puede pasar es que el público se tape los oídos.
En fin, busca, elige, adopta cualquier oficio, menos el de municipal. Sé bailarina, si quieres; pero no seas edil.
No es menester que para hacer fortuna explotes un sillón municipal; puedes explotar una viuda rica, con más éxito y menos deshonra.
No sabes cuánto me ha afligido la idea de que tú quieres ocupar el puesto vacante que hay en el municipio de Rancagua. Este es un mal de familia: tu hermanita quiso ser a todo trance cantinera del Buin; tu hermano mayor quería ser tesorero fiscal; y tu tío Ramón, taquero, o, mejor dicho, limpiador de acequias. No sigas tú ese camino errado y pernicioso, Juan mío; y, si algún mal consejero te sopla tales picardías, y tu espíritu desfallece, y vas a las urnas, y los ciudadanos te eligen; entonces, o dejas de llamarte como te llamas, o te olvidas de este viejo que te dio el ser, sin sospechar que te iba a dar el ser municipal.
Vente a Linares, donde se respira buen aire, se bebe leche pura y no hay microbios. Esa ciudad de Rancagua es un charco donde no se puede vivir.
Te guardaré secreto de lo que has querido hacer, para que las gentes honradas de aquí no comiencen a mirarte en menos.
Debo, sí, advertirte que no publiques esta carta, porque, como me he expresado algo mal de ese municipio, es capaz de tomar alguna medida en contra mía, como hacerme pagar patente de vehículo con cuatro caballos, por salir a la calle. - Tu afectísimo padre.
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