miércoles, 12 de octubre de 2011

La Parábola del Buen Encapuchado





José Bustos B.



El domingo es día de familia y mi sobrino Martín, que tiene cinco años, casi siempre viene de visita a la casa. Me entretengo con él paseando por la plaza del barrio, jugando a la “plancha” (como en los legendarios “Titanes del Ring”) y haciendo esfuerzos por responder algunas de sus insólitas preguntas.

– ¿Tío Pepe cómo se sabe cuando alguien es amigo de uno?- fue la última encrucijada que me echó.

Recordando mi afinidad por la literatura y tratando de responder a la duda de mi perspicaz sobrino, le propuse la siguiente parábola:

“Un oficial del Ejército de Chile, el día en que en el centro de Santiago se había convocado a una gran marcha por la educación, salía de su lugar de trabajo y se dispuso a caminar por la Alameda.

En eso una turba que avanzaba por esa avenida lo identificó y comenzó a insultarlo. Eran “encapuchados” enrabiados que se aproximaban a él amenazantes, mientras le gritaban –“¡Asesino! ¡Asesino!”- El oficial se defendía gritando – ¡“¡yo no he matado a nadie!”!- mientras hacía esfuerzo por avanzar.

La situación comenzaba a ponerse “color de hormiga” para el militar que encaraba estoico las agresiones verbales de los “inútiles subversivos”. Luego, la turba comenzó a rodearlo mientras el oficial trataba de recordar las clases de defensa personal que en sus años mozos había tenido en la Escuela Militar.

- ¡Tío Pepe esos encapuchados son malos!- Me decía mi sobrino interrumpiendo mi relato –pérate poh Martincito, aquí viene la mejor parte- y continué con la cháchara.

En eso el uniformado asustado sólo esperaba un milagro y se encomendaba en silencio a la Virgen del Carmen.

Sólo se escuchaban gritos cuando de entre el grupo de manifestantes corriendo apareció uno de los encapuchados que amenazaba e increpaba a sus “colegas”. El buen encapuchado tomó de un brazo al oficial y lo condujo para alejarlo del lugar, al tiempo que miraba en todas direcciones para evitar que le lanzaran algún peñascazo.

De esta manera el encapuchado “respetuoso de las instituciones” ponía a resguardo al oficial y se despedía de él para continuar con la barricada.

– Cuídese mi coronel- le dijo, mientras al militar le volvía el alma al cuerpo.

¿Tío Pepe entonces ese encapuchado era amigo del militar? Me dijo altiro el Martín. Yo le sonreí y lo miré sorprendido – Tú lo has dicho “pequeño saltamontes”. En este país existen amigos y amigos, y también existen encapuchados y encapuchados-.

Lo último que dije parece que el Martín no lo entendió mucho (ni yo tampoco), pero generosamente me sonrío y me hizo una invitación – Tío juguemos mejor a los “Robochhhht” (Robots)-