jueves, 8 de abril de 2010

Sinead y la carta de Benedicto XVI

Marisol Garcia (http://www.elmostrador.cl/)

Siente uno una nostalgia eterna de la época de gloria de Sinéad O’Connor. Se extraña el inesperado remezón que, desde lo que parecía iba a ser una proyección pop convencional para una chica linda con buena voz, produjo una de las últimas cantantes europeas con ganas de combinar su talento con su rabia. El tiempo la alejaría a ella de las radios –su discografía de los últimos años es dispareja, pero no descartable– y a nosotros de la capacidad de asombro en torno a los escándalos eclesiásticos.

En esta reciente columna para The Washington Post, recién traducida en El País (“Una variante brutal del catolicismo“), Sinead vuelve sobre uno de los temas que más ha elaborado en entrevistas y canciones: los maltratos educativos que atestiguó durante su infancia en Dublín y la escasa representatividad que encuentran los católicos en El Vaticano. Según la cantante, la reciente carta de disculpas de Benedicto XVI «es un insulto no sólo a nuestra inteligencia, sino a nuestra fe y a nuestro país».

«En su texto, Benedicto da la impresión de que se ha enterado hace poco de los abusos y se presenta como una víctima más: “No tengo más remedio que compartir la desolación y la sensación de traición que habéis experimentado tantos de vosotros al saber de estos actos pecaminosos y criminales y de cómo se ocuparon de ellos las autoridades eclesiásticas en Irlanda”. Sin embargo, la carta de infausta memoria que envió Benedicto en 2001 a los obispos de todo el mundo les ordenaba guardar secreto sobre las acusaciones de abusos sexuales so pena de excomunión, es decir, actualizaba una perniciosa política de la Iglesia, expresada en un documento de 1962, que establecía que tanto los sacerdotes acusados de delitos sexuales como sus víctimas debían “observar el más estricto secreto” y “atenerse a un silencio eterno”.

[...] Hace casi 18 años, rompí una fotografía del papa Juan Pablo II en un episodio de Saturday Night Live. Muchos no entendieron la protesta; la semana siguiente, el presentador invitado del programa, el actor Joe Pesci, dijo que, si hubiera estado presente, me “habría dado una bofetada”. Yo sabía que mi acción iba a causar problemas, pero quería provocar un debate necesario; ese es uno de los ingredientes de ser artista. Lo único que lamenté fue que la gente pensara que no creía en Dios. No es verdad, en absoluto. Soy católica de nacimiento y cultura, y sería la primera en presentarme a la puerta de la iglesia si el Vaticano ofreciera una reconciliación sincera.

Mientras Irlanda soporta la ofensiva carta con la que Roma pide perdón y un obispo irlandés dimite, pido a los estadounidenses que comprendan por qué una mujer católica irlandesa que sobrevivió a los malos tratos de niña pudo querer romper la foto del Papa. Y que piensen si a los católicos irlandeses, por no atrevernos a decir “merecemos algo mejor”, se nos debe tratar como si mereciéramos algo peor».

Consumo precoz

frei Betto



Según las estadísticas, el perfil preponderante del joven brasileño de hoy es, al contrario de mi generación, conservador, individualista, distante de aquellos que, a mediados del siglo 20, querían cambiar el mundo.


Ahora el joven se muestra más preocupado por tener un buen empleo que por motivaciones ideológicas; menos propenso a riesgos y más apegado a la familia. La relación con la sociedad es más virtual que real: encerrado en su cuarto, no necesita rezar "vengan todos a mi reino", pues todo le llega a través del teléfono, de la televisión, de Internet, del MP3.


La cultura consumista nos ofrece a todos, en cáliz dorado, el elixir de la eterna juventud. Los jóvenes no quieren dejar de ser jóvenes; los adultos y ancianos se empeñan en imitar a los jóvenes. Y el principal factor de afirmación es la autoimagen, la valoración de la estética.


El joven actual no quiere arriesgarse; lo que anhela es experimentar. Ante la falta de motivación religiosa, experiencia espiritual e ideología altruista, tiende a buscar en la bebida y en la droga la alteración de su estado de consciencia. Sin eso no se siente suficientemente relajado, locuaz, divertido y osado.


Es obvio que los medios de comunicación dictan patrones de comportamiento, hábitos de consumo y paradigmas ideológicos. La diferencia es que todo eso le llega al joven de tal forma envuelto en papel brillante y atado con cinta de colores que no percibe lo vulnerable que es a la dictadura del consumismo.


En el Brasil la ingesta de licores está legalmente prohibida a los menores de 18 años (en los Estados Unidos 21 años). Pero la fiscalización funciona mal y el Estado permite la publicidad de cerveza a cualquier hora en radio y televisión -concesiones públicas- y el estímulo al consumo precoz. Incluso la utilización publicitaria de personas famosas de las áreas de entretenimiento, artes y deportes, para suscitar en los niños y jóvenes reacciones miméticas de consumo de alcohol.


Datos del Centro Brasileño de Informaciones sobre Drogas Psicotrópicas (Cebrid) informan que el 42% de los niños brasileños con edades entre 10 y 12 años ya consumieron alguna bebida alcohólica, y que el 10% de los jóvenes de entre 12 y 17 años pueden ser clasificados como dependientes del alcohol.


Los adolescentes creen que una copa de ron no implica riesgo para la salud. Quizás. El problema es que, al reunirse en un bar, él bebe ocho o diez. O pide el más barato, en el doble sentido de la palabra -costo y efecto: una garrafa de aguardiente o de vodka cuesta menos que una ronda de ron y provoca rápidamente "un viaje"…


¿El Ministerio de Salud ya calculó cuánto le cuesta el alcoholismo a las arcas públicas? ¿Cuánto gasta el INSS con los alcohólicos impedidos de trabajar por culpa de la dependencia? ¿De qué sirven las campañas de prevención si atletas de renombre hacen propaganda de bebidas alcohólicas?


La publicidad de bebidas destiladas -aguardiente, güisqui, vodka- obedece a la restricción de horarios, regulados por la ley 9.294/1996. Entre las 6 y las 21 horas está prohibida la publicidad de dichas bebidas, a pesar de que muchas radios burlen la prohibición. La cerveza, que aporta el 70% de todo el alcohol ingerido en el Brasil, no entra en la reglamentación. Y es por ella por la que muchos jóvenes ingresan en la dependencia química.


Para la ley 9.294 bebida alcohólica es la que tiene más de 13 grados en la escala de Gay-Lussac. El Congreso Nacional lo determinó así presionado por los productores de cerveza y de vino. Sin embargo normas internacionales consideran que es alcohólica toda bebida con 0.5º GL o superior.


Todas las demás leyes del Brasil -de tránsito, de fabricación, etc.- consideran alcohólica toda bebida con más del 0.5 GL. La cerveza tiene cerca de 4.8º GL. Verifique con una lupa el rótulo de una cerveza que diga "sin alcohol". Con excepción de una marca, las demás tienen 0.5 GL, o sea hacen, con respaldo en la ley, una propaganda engañosa. De ese modo, los padres descuidados dejan que los niños tomen cerveza "sin alcohol", y alcohólicos en tratamiento son víctimas del mismo engaño.


El Código de Autorregulación del Conar (Consejo de Autorregulación Publicitaria) advierte que los comerciales de cervezas no deben ser atractivos para el público joven. Pero lo que se mira es lo contrario. Los espacios publicitarios emanan jovialidad, buen humor, espíritu de tribu, lenguaje propio de jóvenes, sin que haya ningún control.


Ya vienen la Copa del Mundo de Fútbol y las Olimpiadas. Si quedara libre el derecho de asociar deportistas con bebidas alcohólicas, la Ley Seca, con toda seguridad, va a quedar en nada…


En muchos países, como en Canadá, hay reglamentación sobre la bebida alcohólica, a fin de proteger al público infantil. Y por eso no venden bebidas alcohólicas en supermercados, tiendas, panaderías y pulperías. Sólo se permite en bares y restaurantes.


El Free Jazz, un festival de música, fue cancelado por estar patrocinado por una marca de cigarrillos. Pero el más elegante camarote del sambódromo(*) exige que se vista la camisa de una productora de cerveza. No existe el aviso de "Si fuma no maneje". Pero en el caso de la bebida…


El argumento de que regular la publicidad es censura o cortapisa a la libertad de expresión es mero terrorismo consumista centrado en anteponer intereses privados al interés público, como es el caso de la protección de la salud de la población, en especial de nuestros niños y adolescentes.