martes, 19 de mayo de 2009

Tengo un amigo "angustiao"

José Bustos B.
Continúo con la sección "Tengo un amigo..." (la nota anterior fue publicada el 16 de febrero de 2008) que en realidad no sé si ha tenido el éxito necesario, pero como no trabajo por "rating" me da lo mismo.
Es conocido por todos que la locomoción colectiva de Santiago de un tiempo a esta parte ha cambiado radicalmente. Todo a sido un drama que a puesto a prueba la paciencia de los santiaguinos. Nosotros los habitantes de la ciudad del "nuevo extremo", "como ovejas sin pastor" hemos aguantado estoica y cabalmente casi sin chistar, "sin decir ni pío".
Tener que esperar largas horas en paraderos, en lo personal, me ha traído más de alguna aventura. Por lo general siempre tomo micro en el mismo paradero y me entretengo repasando los "grandes eventos" de mi existencia con un buen heladito de agua con sabor a piña.
En un de esos días, que por no revestirse de ninguna particularidad parece igual al anterior y el anterior al anterior, es que se inició esta aventura que alcanzaría -con el tiempo- ribetes de "thriller psicológico" (un poco de exageración no es malo).
Una mañana de verano mientras esperaba la locomoción, se me acercó un tipo muy amable para preguntarme por el número de una micro, yo distraído me puse a entregar los datos correspondientes, luego me pidió si podía ayudarlo con algunas monedas ya que se había quedado sin plata para cargar su tarjeta BiP!. Me eché las manos al bolsillo y le dí cien pesos. El tipo me miró agradecido y se alejo despreocupadamente por la avenida. Ahí fue que comprendí -inocentemente- que aquel sujeto había apelado a mi generosidad para alimentar quizás que vicio o lacra social.
Desde ese día el tipo no dejó de esperarme en el paradero. Cuando me veía llegar, se aproximaba solapadamente pare pedirme algunas monedas. A decir verdad no siempre me pedía dinero, algunas veces ante una respuesta negativa, me respondía: -ya tío no se preocupe- y se iba mansamente. En otras oportunidades conversamos algunas cosas; detalles de su vida que lo habían llevado a la situación de maginalidad en la que se encontraba.
Hijo único de una familia modesta "mi amigo" fue revelándome detalles de su vida; como cuando abandonó su familia a los quince años, cuando y quién le ofreció el primer pito de pasta base y algunos episodios en que había estado preso. Esa era su vida lejos de cualquier expectativa, alejado de todas las redes de asistencia social. Así me fui haciendo amigo de este personaje, que me parecía inofensivo y una víctima de la injusticia social.
Una mañana de esas consabidas como iguales a otras, temprano esperaba la micro, la soledad de la avenida sólo se interrumpía por el sonido del viento en los árboles que anunciaban la llegada del otoño. La micro particularmente se demoró más ese día. No había problema ni apuro. Pasaron algunos minutos cuando veo venir a mi amigo adicto y lo saludo cordialmente. El extrañamente arisco sólo hace un movimiento de cabeza y me pide una moneda. Yo se la aproximo y él acerca la mano tembloroso. Le pregunto si tiene algún problema y me responde con una negativa cortante.
Yo a esas alturas comienzo a impacientarme y a mirar repetidas veces en dirección donde se supone vendría la micro. Nada ni nadie. En eso, quién hasta ese momento decía ser "mi amigo" decide hacerme la desconocida sacando de entre sus ropas un cuchillo y comienza a amenazarme. Yo trato de apelar a la "amistad" como último recurso pero ya nada podría evitar lo inevitable.
"Mi amigo" al que tantas veces le salvé el día con algunas monedas para su vicio, se dispuso a despojarme de las pocas cosas de valor que llevaba. Sorprendido le pido que me devuelva el carné de identidad y algunos papeles. El me mira comprendiendo el nivel de la traición y me extiende los documentos. Luego me dice: -mañana me voy con algunos cabros de la población al norte, quería despedirme bien, pero ando "angustiao"- Así terminó de hablar y se fue perdiéndose entre unos blocks de departamentos. Desde ese día no lo volví a ver.

sábado, 9 de mayo de 2009

Cuando la Violeta se despidió

José Bustos B.

(a Violeta Parra)


Ese día caminó lentamente mirando la cordillera
fue acariciando todos los árboles que encontró a su paso
se acordó de sus hijos
los abrazó en el pensamiento
pellizcó la primera cuerda de su guitarra
y aquella nota se fue vibrando en el vuelo de unos pájaros
luego sacó su pañuelo
lo enarboló hacia el cielo
y al decir "adiós" el sonido de su voz se quebró en pedazos.