martes, 11 de marzo de 2008

El rescate de la Utopía

Leonardo Boff
Teólogo

En el desamparo en que se encuentra la humanidad actual se hace urgente rescatar el sentido libertador de la utopía. En verdad, vivimos en el ojo de una crisis de civilización de proporciones planetarias. Toda crisis ofrece oportunidades de transformación y riesgos de fracaso. En la crisis se mezclan miedo y esperanza, especialmente ahora que estamos ya dentro del proceso de calentamiento planetario. Necesitamos esperanza. Ella se expresa en el lenguaje de las utopías. Éstas, por su naturaleza, nunca van a realizarse totalmente, pero nos mantienen caminando. Bien dijo el irlandés Oscar Wilde: «Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno de ser observado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad siempre atraca, partiendo enseguida hacia otra tierra aún mejor». En Brasil, el poeta Mário Quintana observó acertadamente: «Si las cosas son inalcanzables… ¡oye!/No es motivo para no quererlas/¡Que tristes los caminos si no fuera/la mágica presencia de las estrellas!».

La utopía no se opone a la realidad, mas bien pertenece a ella, porque ésta no está hecha solamente de aquello que es, sino de lo que todavía es potencial y que un día puede ser. La utopía nace de este trasfondo de virtualidades presentes en la historia y en cada persona. El filósofo Ernst Bloch acuñó la expresión principio-esperanza. Por principio-esperanza, que es más que la virtud de la esperanza, él entiende el inagotable potencial de la existencia humana y de la historia, que permite decir no a cualquier realidad concreta,a las limitaciones espacio-temporales, a los modelos políticos y a las barreras que cercenan el vivir, el saber, el querer y el amar.


El ser humano dice no porque primero dijo sí: sí a la vida, al sentido, a los sueños y a la plenitud ansiada. Aunque de manera realista no entrevea la plenitud total en el horizonte de las concretizaciones históricas, no por eso deja de anhelarla con una esperanza que jamás se apaga. Job, casi a las puertas de la muerte, podía gritar a Dios: «aunque me mates, aun así espero en Ti». El paraíso terrenal narrado en Génesis 2-3 es un texto de esperanza. No se trata del relato de un pasado perdido que añoramos, es más bien una promesa, una esperanza de futuro hacia cuyo encuentro caminamos. Como comentaba Bloch: «el verdadero Génesis no está al principio sino al final». Sólo al término del proceso evolutivo serán verdaderas las palabras de las Escrituras: «Y vio Dios que todo era bueno». Mientras evolucionamos no todo es bueno, sólo es perfectible.

Lo esencial del Cristianismo no reside en afirmar la encarnación de Dios −otras religiones también lo hicieron−, sino en afirmar que la utopía (aquello que no tiene lugar) se volvió eutopía (un lugar bueno). Hubo alguien en cuya muerte no sólo fue vencida la muerte, lo que todavía sería todavía poco, sino en quien irrumpieron interior y exteriormente todas las virtualidades escondidas en el ser humano. Jesús es el «novísimo Adán», en expresión de san Pablo, el homo absconditus ahora revelado. Pero él es sólo el primero entre muchos hermanos y hermanas; nosotros le seguiremos, completa san Pablo.

Anunciar tal esperanza en el actual contexto sombrío del mundo no es irrelevante. Transforma la eventual tragedia de la Tierra y de la Humanidad, debida a amenazas sociales y ecológicas, en una crisis purificadora. Vamos a hacer una travesía peligrosa, pero la vida estará garantizada y el Planeta todavía se regenerará.

Los grupos portadores de sentido, las religiones y las Iglesias cristianas deben proclamar desde lo alto de los tejados semejante esperanza. La hierba no creció sobre la sepultura de Jesús. A partir de la crisis del viernes de la crucifixión la vida triunfó. Por eso la tragedia no puede tener la última palabra. La tiene la vida, en su esplendor solar.


domingo, 9 de marzo de 2008

Volver al Sur

José Bustos Barra

Pedro de Valdivia anhelaba venir a Chile con la finalidad de dejar "fama y memoria" y para él - en su imaginario de conquistador y aventurero- este país fue siempre un camino entre mar y cordillera que lo conduciría hacia lo maravilloso; la "Terra Incognita", las antípodas de la ciudad de Jerusalén donde había sido muerto Jesucristo. El Sur austral del actual Chile se había convertido en el posible Paraíso terrenal a descubrir, así lo había cantado Dante Alighieri (1265 - 1321) en la "Divina Comedia". Sin embargo es por todos sabido que al conquistador no se le permitió avanzar más allá de lo que hoy conocemos con el nombre de Osorno. Así Valdivia se quedó con la imagen oscura selvática y lluviosa del Sur de la Araucanía; la imagen enigmática de la niebla, la escarcha de la aurora y los volcanes amenazantes. El Sur que atraparía su alma al momento de morir víctima de la maza araucana.

El Sur araucano que hoy se extiende entre la octava y décima región se transformó en la puerta hacia lo desconocido y fantástico, una puerta a la que muchos poetas han cantado y que es antesala de esta parte de Chile que se eleva como un balcón sobre la nada o sobre ese mar que tranquilo(?) nos baña.

Transcurrieron casi cinco siglos y otro chileno volvió a cantar con fuerza a las elevadas copas de las araucarias, a la tierra devastada por la rabia de los ríos y al enigmático canto del chucao. Neftalí Reyes; el niño colono, visitante de los aserraderos, amigo de los mapuche y navegante en locomotora de los bosques oscuros.

La fama también alcanzó al otrora poeta tímido y taciturno y lo llevó por latitudes con voces y aromas extraños. La poesía y el Sur lo atraparon, envolviéndolo hasta los días de su muerte en una fría sala de clínica capitalina. Aun conmueve la voz del poeta cantando sus lejanías:

(...) recuerdo un día
del Sur, mi tierra, un día de plata
como un rápido pez en el agua del cielo.
Loncoch
e, Lonquimay, Carahue, desde arriba,
esparcidos, rodeados por silencio y raíces,
sentados en sus tronos de cueros y maderas.
El Sur es u
n caballo echado a pique
coronado con lentos árboles y rocío,
cuando levanta el verde hocico caen las gotas,
la sombra de su cola moja el gran archipiélago,

y en su intestino crece el carbón venerado.
Nunca más, dime, sombra, nunca más, dime, mano,
nunca más, dime, pie, puerta, pierna, combate,
trastornará
s la selva, el camino, la espiga,
la niebla, el frío, lo que, azul, determinaba
cada uno de tus pasos sin cesar consumidos?
Cielo, dé
jame un día de estrella a estrella irme
pisando luz y pólvora, destrozand
o mi sangre
hasta llegar al nido de la lluvia!
Quiero ir
detrás de l
a madera por el río
Toltén fragante, quiero salir de los aserraderos,
entrar en las cantinas con los pies empapados,
guiarme por la luz del avellano eléctrico,

tenderme junto al excremento de las vacas,
morir y revivir mordiendo trigo.

Océano, tráeme
un día del Sur, un día agarrado a tus olas,
un día de árbol mojado, trae un viento
azul polar a mi b
andera fría!!

("Quiero volver al Sur" de Canto General de Chile)

El enigmático Sur de Pedro de Valdivia y Pablo Neruda es el que de año en año, desde niño, he visitado cada verano. Me cautivaba el sonido de los coleópteros y sus colores tornasolados, y le dediqué largas horas a observar el vuelo de los pájaros y oír el canto que me auguraba otro tiempo. Me entretenía buscando los senderos por los que podía ingresar a las entrañas de los bosques eternos.

Sin embargo, en mi ultima visita muchas cosas habían cambiado, tal vez para siempre, tal vez irremediablemente tendrán que quedar en el pasado los recuerdos del viento entre las hojas de los árboles o la frescura de la sombra de los robles ante el sol implacable. Hoy sólo las nubes australes siguen corriendo al ritmo del viento acaracolado. La máquina sanguinaria de las empresas forestales, sin pedir excusas, ha ido acabando con los mágicos bosques de la tierra araucana. Hoy todo se ha vuelto verde; el verde de las plantaciones de pinos y eucaliptos cotizados por las empresas madereras transnacionales. Hoy los ríos avanzan agónicos en sus paupérrimos lechos y no es posible siquiera sorprenderse con el salto de algún conejo o el repentino vuelo de una perdiz.

Juan Sánchez Guerrero, novelista de la octava región recordando su niñez en la sacrificada Lota minera da cuenta casi proféticamente del avance de las plantaciones de pino desde hace casi un siglo:


"El pino insigne desembarcó aquí y se organizó en los viveros, en gran número, para invadir, realizando una verdadera conquista en la región. Ayudado por los nativos, extirpó fácilmente a su especie y desalojó el campo para reinar él. En fila fueron quedando las plantas, como un verdadero ejército invasor, tomándose la tierra con admirable celeridad. En poco tiempo los cerros costeros se cubrieron de pinos y la plantación siguió al interior de la sierra. Su verde esmeralda, en permanente avance, era como una onda marina, como una prolongación del mar. Subía los cerros y bajaba; volvía a subir y volvía a bajar, aniquilando cuanto encontraba a su paso, implacable y tenaz. Marchaba todo el invierno, y en verano los hombres le preparaban el camino, con la roza y la quema, prolongando a su vez los cercos, afianzando su dominio. A su paso incontenible e inexorable caían la ruca vernacular, el canelo sagrado, el chilco, el maqui, el boldo, la quila y hasta el imponente roble. Eliminó la agricultura, corrió a los animales de labrantío, borró las quiebras profundas y los roqueríos, dejando un solo paño uniforme y movible. Todo quedó derribado bajo sus sombras, muerto. Ayudado por el hombre, el bosque de pinos corrió al mismo hombre. Y una vez solo y triunfante, dueño absoluto de la tierra; se irguió en la cima, ufano, desafiando a los siglos. Ahí está hoy enhiesto, callado y solemne, como asombrado de su propia grandeza." (Juan Sánchez Guerrero, "Hijo de las Piedras" Ed. Zig-Zag. Santiago de Chile. 1963)


Hoy el bosque nativo de la puerta hacia la "Terra Incognita" está siendo ultrajado casi completamente, haciendo que para poder disfrutar de su esplendor el explorador deba dirigirse a los parajes cordilleranos más inhóspitos.

Al igual que Neruda quisiera volver nuevamente al Sur, poder beber de los manantiales sin temor, entretenerme coleccionando hojas, pasear en medio de los dorados campos cultivados de trigo y sentarme a escuchar el lento murmurar de la tierra.

Tal vez al invocar el Sur húmedo y boscoso del pasado algo se despierte para enmendar tanta ambición desmedida, tal vez algún espíritu guerrero de otros tiempos vuelva a encarnarse ataviado de lanzas para restaurar el curso sabio de la vida. Sólo cuando eso suceda podremos volver verdaderamente al Sur y soñar con alcanzar el lugar donde habita el misterio y lo fantástico.