
Siente uno una nostalgia eterna de la época de gloria de Sinéad O’Connor. Se extraña el inesperado remezón que, desde lo que parecía iba a ser una proyección pop convencional para una chica linda con buena voz, produjo una de las últimas cantantes europeas con ganas de combinar su talento con su rabia. El tiempo la alejaría a ella de las radios –su discografía de los últimos años es dispareja, pero no descartable– y a nosotros de la capacidad de asombro en torno a los escándalos eclesiásticos.
En esta reciente columna para The Washington Post, recién traducida en El País (“Una variante brutal del catolicismo“), Sinead vuelve sobre uno de los temas que más ha elaborado en entrevistas y canciones: los maltratos educativos que atestiguó durante su infancia en Dublín y la escasa representatividad que encuentran los católicos en El Vaticano. Según la cantante, la reciente carta de disculpas de Benedicto XVI «es un insulto no sólo a nuestra inteligencia, sino a nuestra fe y a nuestro país».
En esta reciente columna para The Washington Post, recién traducida en El País (“Una variante brutal del catolicismo“), Sinead vuelve sobre uno de los temas que más ha elaborado en entrevistas y canciones: los maltratos educativos que atestiguó durante su infancia en Dublín y la escasa representatividad que encuentran los católicos en El Vaticano. Según la cantante, la reciente carta de disculpas de Benedicto XVI «es un insulto no sólo a nuestra inteligencia, sino a nuestra fe y a nuestro país».

[...] Hace casi 18 años, rompí una fotografía del papa Juan Pablo II en un episodio de Saturday Night Live. Muchos no entendieron la protesta; la semana siguiente, el presentador invitado del programa, el actor Joe Pesci, dijo que, si hubiera estado presente, me “habría dado una bofetada”.
Yo sabía que mi acción iba a causar problemas, pero quería provocar un debate necesario; ese es uno de los ingredientes de ser artista. Lo único que lamenté fue que la gente pensara que no creía en Dios. No es verdad, en absoluto. Soy católica de nacimiento y cultura, y sería la primera en presentarme a la puerta de la iglesia si el Vaticano ofreciera una reconciliación sincera.

Mientras Irlanda soporta la ofensiva carta con la que Roma pide perdón y un obispo irlandés dimite, pido a los estadounidenses que comprendan por qué una mujer católica irlandesa que sobrevivió a los malos tratos de niña pudo querer romper la foto del Papa. Y que piensen si a los católicos irlandeses, por no atrevernos a decir “merecemos algo mejor”, se nos debe tratar como si mereciéramos algo peor».
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