miércoles, 3 de febrero de 2010

HERMANOS

José Bustos B.

-Usted no sabe lo que sabe- le dijo el profesor de la comisión. Ella, sin entender mucho lo que significaban esas palabras, estaba aterrorizada tratando de juntar las letras y de librarse de las lecciones aprendidas de memoria en el viejo Silabario Hispanoamericano. -Es que las letras son diferentes- le reclamó al profesor, mientras éste la miraba impaciente esperando que comenzara a leer.

De pie, frente al curso, Elena estaba rindiendo su examen ante la comisión para pasar a tercer año básico y no había leído nunca otro libro que no fuera el silabario, sus lecciones e historias. Sus compañeros la miraban atentos, algunos también aterrados porque esa situación debía ser enfrentada por todos y cada uno de los alumnos. Otros, los menos, sonreían porque se sentían seguros que pasarían la prueba y entrarían al tercer año. Entre los que sonreían estaba el hermano de Elena, Roberto, el siempre fue más despierto que Elena -al menos eso decían siempre los papás-, aunque ella era tres minutos mayor que él.

Elena se tomó su tiempo, miró a su hermano que continuaba observándola sonriente, comenzó a identificar las letras y a juntarlas, al mismo tiempo que iba leyendo como por "arte de magia". El cuento se llamaba "el ratón agudo" y Elena lo fue pronunciando claramente, respetando comas, puntos seguido y aparte. Al finalizar el profesor la felicitó jalándole cariñosamente una de sus trenzas.

Cada uno de los niños fue levantándose y leyendo el cuento que el profesor les indicaba, algunos leían entrecortadamente, otros lo hacían con rapidez pero sin respetar las puntuaciones, algunos, más nerviosos, tartamudeaban y las palabras demoraban en salir enteras. Así fueron siendo evaluados cada uno de los niños.

Le tocaba el turno al hermano el Elena. El, se puso de pie y el profesor le indicó el cuento que debía leer. Antes de comenzar, Roberto miró a sus compañeros de curso entre los que estaba su hermana, que con cara de relajo lo observaba con curiosidad. Este se quedó mirándola fijamente, desconcentrado, sin poder hilar una sola palabra, temblando, mientras el tiempo transcurría insoportable. Definitivamente el temor no le dejo leer una sola palabra. El profesor se le acercó intentando explicarle y ayudarlo en el desafío, pero el niño no pudo leer.

Roberto se sentó desconsolado y mirando nuevamente a su hermana se echó a llorar sobre su banco, mientras todos lo contemplaban en silencio sin saber que decir. Así, pasaron algunos minutos.

Roberto, con el rostro cubierto, sintió una mano pequeña en su espalda y una voz conocida que le murmuraba: -no tengas pena, desde ahora vamos a estudiar juntos-. Era Elena que se había acercado a consolarlo.

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