miércoles, 14 de mayo de 2008

Los desesperados y los que ya no esperan.

José Bustos B.

El paro de micros se había anunciado desde temprano, sin embargo, sin hacer caso decidí no posponer mi vida social por culpa de un sistema inoperante.

Ahora estaba en Plaza Italia, corazón de Santiago, cuando eran cerca de las 0 horas y una neblina tenue acompañada de un intenso frío comenzaba a caer sobre quienes esperabamos la "micro" para diriguirnos a nuestros hogares. Eramos alrededor de 40 personas entre las que se encontraban niños, adolescentes, obreros, empleadas domésticas, estudiantes. Todos unidos por una circunstancia común.

Sin embargo entre todas las personas que esa noche esperaban, había una que no estaba en esa actitud, era un mendigo que sentado observaba cada uno de los movimientos de quienes ahí estabamos; sonreía de vez en cuando, bostezaba, caminaba un poco y volvía a sentarse, sin manifestar mayor preocupación. En medio de todos los "peatones" que obligados nos habíamos dado cita en ese lugar, estaba un mendigo que sin tener donde ir, ni tener familia, ni estar obligado a levantarse temprano para tener que ir a trabajar o estudiar, no esperaba nada y hasta -creo- nos observaba con cierto gusto, tal vez pensando que en aquella circunstancia él era un privilegiado.

Había transcurrido casi una hora y media cuando uno de los jóvenes que parecía estudiante, comenzó a comentar que era mejor diriguirse a una patrulla de carabineros que estaba detenida en el sector para pedirles a ellos que nos dieran una solución. Todos consideramos razonable la propuesta y así iniciamos una marcha hacía el furgón de carabineros. Esa pequeña procesión variopinta ya la hubiese querido para sí algún movimiento político-social. Pero eramos solo un grupo de seres humanos que exigidos por la situación habíamos decidido "cortar por lo sano".

Llegamos frente al furgón y le exigímos a carabineros que nos ayudaran. "Veremos que se puede hacer", nos respondió un uniformado. Mientras seguían pasando los minutos y el sector de Plaza Italia se iba volviendo desierto. Regresamos al paradero con la esperanza de que ahora que habíamos hablado con la "autoridad" todo sería distinto. Mientras todo eso ocurría el mendigo seguía observando calmadamente los pormenores de aquellos trámites.

Luego de haber esperado otros 30 minutos aproximadamente, se divisó a lo lejos en medio de la soledad de Avenida Vicuña Mackena una micro escoltada por carabineros. Eran alrededor de las dos y media de la madrugada. En eso el mendigo -que no había parado de observar todo aquello- sacó de entre sus ropas un cigarro, le pidió fuego a uno de los obreros, le dió una gran chupada al pucho y se marchó tranquilamente entre la niebla que comenzaba a inundar Santiago.

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