(...) recuerdo un día
del Sur, mi tierra, un día de plata
como un rápido pez en el agua del cielo.
Loncoche, Lonquimay, Carahue, desde arriba,
esparcidos, rodeados por silencio y raíces,
sentados en sus tronos de cueros y maderas.
El Sur es un caballo echado a pique
coronado con lentos árboles y rocío,
cuando levanta el verde hocico caen las gotas,
la sombra de su cola moja el gran archipiélago,
y en su intestino crece el carbón venerado.
Nunca más, dime, sombra, nunca más, dime, mano,
nunca más, dime, pie, puerta, pierna, combate,
trastornarás la selva, el camino, la espiga,
la niebla, el frío, lo que, azul, determinaba
cada uno de tus pasos sin cesar consumidos?
Cielo, déjame un día de estrella a estrella irme
pisando luz y pólvora, destrozando mi sangre
hasta llegar al nido de la lluvia!
Quiero ir
detrás de la madera por el río
Toltén fragante, quiero salir de los aserraderos,
entrar en las cantinas con los pies empapados,
guiarme por la luz del avellano eléctrico,
tenderme junto al excremento de las vacas,
morir y revivir mordiendo trigo.
Océano, tráeme
un día del Sur, un día agarrado a tus olas,
un día de árbol mojado, trae un viento
azul polar a mi bandera fría!!
("Quiero volver al Sur" de Canto General de Chile)
Sin embargo, en mi ultima visita muchas cosas habían cambiado, tal vez para siempre, tal vez irremediablemente tendrán que quedar en el pasado los recuerdos del viento entre las hojas de los árboles o la frescura de la sombra de los robles ante el sol implacable. Hoy sólo las nubes australes siguen corriendo al ritmo del viento acaracolado. La máquina sanguinaria de las empresas forestales, sin pedir excusas, ha ido acabando con los mágicos bosques de la tierra araucana. Hoy todo se ha vuelto verde; el verde de las plantaciones de pinos y eucaliptos cotizados por las empresas madereras transnacionales. Hoy los ríos avanzan agónicos en sus paupérrimos lechos y no es posible siquiera sorprenderse con el salto de algún conejo o el repentino vuelo de una perdiz.
"El pino insigne desembarcó aquí y se organizó en los viveros, en gran número, para invadir, realizando una verdadera conquista en la región. Ayudado por los nativos, extirpó fácilmente a su especie y desalojó el campo para reinar él. En fila fueron quedando las plantas, como un verdadero ejército invasor, tomándose la tierra con admirable celeridad. En poco tiempo los cerros costeros se cubrieron de pinos y la plantación siguió al interior de la sierra. Su verde esmeralda, en permanente avance, era como una onda marina, como una prolongación del mar. Subía los cerros y bajaba; volvía a subir y volvía a bajar, aniquilando cuanto encontraba a su paso, implacable y tenaz. Marchaba todo el invierno, y en verano los hombres le preparaban el camino, con la roza y la quema, prolongando a su vez los cercos, afianzando su dominio. A su paso incontenible e inexorable caían la ruca vernacular, el canelo sagrado, el chilco, el maqui, el boldo, la quila y hasta el imponente roble. Eliminó la agricultura, corrió a los animales de labrantío, borró las quiebras profundas y los roqueríos, dejando un solo paño uniforme y movible. Todo quedó derribado bajo sus sombras, muerto. Ayudado por el hombre, el bosque de pinos corrió al mismo hombre. Y una vez solo y triunfante, dueño absoluto de la tierra; se irguió en la cima, ufano, desafiando a los siglos. Ahí está hoy enhiesto, callado y solemne, como asombrado de su propia grandeza." (Juan Sánchez Guerrero, "Hijo de las Piedras" Ed. Zig-Zag. Santiago de Chile. 1963)
Hoy el bosque nativo de la puerta hacia la "Terra Incognita" está siendo ultrajado casi completamente, haciendo que para poder disfrutar de su esplendor el explorador deba dirigirse a los parajes cordilleranos más inhóspitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario